Uno de los tantos chistes gráficos que circulan en redes sociales exhibe a una persona grave que requiere atención urgente; cuando alguien pregunta entre los curiosos si hay un médico disponible, uno responde que es influencer, el otro creador de contenido, otro más youtuber, dejando desahuciado al convaleciente. Aunque podría parecer anecdótico, esta sátira refleja una tendencia real que podría ser preocupante.
Las profesiones que más anhelan los jóvenes hoy en día son: piloto, escritor, bailarina, youtuber, emprendedor, actriz, influencer, programador, cantante, profesor, DJ y bloguero, de acuerdo con un estudio aplicado por la compañía Remitly, especializada en el servicio de envío de remesas en línea.
En México, de acuerdo con la misma fuente, la profesión más deseada por los jóvenes es youtuber. En ese mismo sentido, una investigación realizada por la startup Clapit arrojó que en Estados Unidos uno de cada cuatro millenials dejaría su trabajo actual a cambio de ser famoso.
Aspirar a ser famoso no es del todo condenable. El ser humano, por naturaleza, persigue la inmortalidad; al ser la única creatura consciente de lo efímero de su existencia, intenta y lucha por dejar una huella que considere imborrable. Sin embargo, podríamos decir que hay de legados a legados; no es lo mismo aspirar a crear un invento que mejore la calidad de vida del ser humano o descubrir un medicamento que reduzca el dolor, que a querer tener millones de seguidores por el simple hecho de lograrlo. Y es este último punto al que más se asemeja la tendencia actual.
Vemos que muchos de quienes se han hecho influencers famosos en los últimos años no tienen mayor mérito que haberse operado el cuerpo para lucir más estéticos, protagonizar escándalos inverosímiles, ser grotescamente despilfarradores o simplemente toparse accidentalmente con la fama por algún bailecito, ocurrencia o estridencia.
Un amigo muy querido lleva unos quince años impartiendo clases en carreras de negocios a nivel licenciatura. Un día me comentó que hace unos años sus alumnos aspiraban a ser empresarios, mientras que hoy en día la mayoría desea ser famoso por medio de ser influencer o youtuber. Es decir, no hay interés en innovar o crear proyectos, sino simplemente de acumular seguidores y que su nombre conozca la fama.
Lograr la fama por la fama misma no enriquece a la sociedad. De hecho, muchos estudios han alertado que nuestra humanidad en los últimos años se ha vuelto más tonta, y no sólo en la forma, sino en el fondo; gracias a que internet nos ha facilitado mapas, calculadoras, enciclopedias y estímulos inmediatos, nuestra mente se ha vuelto perezosa y ansiosa de inyecciones de dopamina.
Mientras los modelos a seguir de las nuevas generaciones sean famosas de OnlyFans o cantantes de narcocorridos, escasearán y se ralentizarán investigaciones, desarrollo y progreso en áreas clave, como la ciencia, la tecnología, la cultura, la industria, la innovación y los negocios.
La cultura popular ha impuesto y establecido que los estándares ha seguir hoy en día son las personas con cuerpazos, ocurrentes, déspotas, o que se enriquecieron de la forma que sean, incluso sin importar que haya sido por medio de la delincuencia organizada.
Si estos valores no cambian, no estamos lejos de la profecía que satirizó el gran Mike Judge, creador de Beavis and Butt-head , en su película Idiocracy (2006), en la que el presidente de Estados Unidos era un fisicoculturista que gobernaba a una sociedad repleta de gente estúpida que asistía a “la escuela” en el Costco más cercano.