Qué fácil es tirar la piedra y esconder la mano. La maldita impunidad que te da el anonimato es terrible.
No hay nada más cobarde que atacar por la espalda.
Así como el #MeToo ha señalado a los políticos y empresarios más poderosos del mundo, también ha permitido que la difamación se use como arma de despecho y venganza.
Algunas jovencitas utilizan impunemente el movimiento feminista más importante del siglo XXI para señalar, de forma anónima, a jóvenes universitarios.
Se les olvida que el #MeToo fue una lucha contra la impunidad de las actitudes agresivas y denigrantes contra la mujer. Ahora lo usan para sus intereses y caprichos personales.
Es increíble que la UPAEP permita que sus alumnas peguen denuncias anónimas por el campus sin presentar una prueba. Si hay un señalamiento, debe hacerse ante las instancias correspondientes y de frente.
El poder que ganaron muchas alzando la voz, ahora ha producido excesos. El #MeToo abrió una gran puerta en la lucha feminista por la igualdad, pero también la de la impunidad.
La Universidad tiene que hacer algo. Insisto: la o el que señala, debe probar sus dichos. Y sí, los hombres que han acosado o abusado deben ser castigados, pero también las mujeres que difaman usando la bandera de la libertad.
La avalancha de acusaciones, muchas anónimas, en la Institución es algo grave. Un nombre en una hoja en blanco pone en duda la presunción de verdad de la víctima por sobre la de inocencia del acusado, que ya lo toman como culpable por el simple hecho de aparecer.
Si el rector no abre canales adecuados para la denuncias, continuarán los linchamientos.
Vivimos en un país en el que nueve mujeres al día son asesinadas por violencia de género y las falsas denuncias poco ayudan a terminar con estas terribles cifras.
Que no se termine con la legitimidad del #MeToo por unos pocos.