“¿Qué pasa con los mexicanos? Tienen una gran comida, fabulosas playas y son unas personas fantásticas”. Este es “un chiste” presentado por los comediantes del futuro, según parodia la serie canadiense de dibujos animados South Park en su especial de Post-Covid. No habrá cabida para el humor, dado que siempre existirá un sector que se indigne frente a cualquier comentario que asome cierta crítica, ironía o sarcasmo, y cancele al emisor.
Habrá quienes piensen que es indispensable poner límites a la comedia y quienes no, como ocurre en la antiquísima discusión sobre la libertad de expresión. Lo cierto es que ciertas clases de humor, que hasta hace unos años eran celebradas a carcajadas por la mayoría, hoy podrían provocar la indignación masiva, cancelación y, sin exagerar, hasta cárcel para el comediante de marras.
Un viejo chiste o capítulo de Polo Polo, Jorge Porcel, Monty Phyton o el nombre del comediante o humorista que usted quiera poner en su lista de favoritos hoy podría ser llevado a los tribunales por algún episodio en que se burle de cualquier sector poblacional. Los añejos y sobados chascarrillos del tipo “estaba un mexicano, un gallego y un alemán” serían interpretados como una declaración de guerra xenófoba.
Hace unos días tuve esta misma discusión con un amigo. Él reconocía que en su juventud fue lo que hoy se llamaría como “bulleador”, es decir, alguien que provoca carcajadas a expensas de molestar a los más vulnerables. Mi amigo reconocía que muchos reían, pero el afectado sufría, a pesar de que los demás intentaran atenuar su malestar con un “tranquilo, es broma”. Bajo esa lógica, mi amigo, hoy adulto entrando en sus cuarentas, sí está a favor de que se establezcan límites al humor, sobre todo, cuando implica denigrar a los más endebles.
Una parte de mí rechaza esta idea. Me gusta lo que podría considerarse humor ácido. Chistes políticamente incorrectos, provocadores y que incomoden a la sociedad. Finalmente, considero que el humor no sólo debe cumplir el objetivo de sacar una risa fácil, si no de cuestionarnos, de molestarnos, de sacudirnos de lugares comunes, hacernos pensar, y sobre todo, desacralizar nuestra hoy en día sobrevalorada condición humana.
Pero ese tipo de humor requiere de una sociedad de piel gruesa, algo que no le podemos pedir a todos, menos aún a comunidades o personas que históricamente han sido degradadas por su preferencia sexual, género, raza o condición socioeconómica.
En ese contexto, el humor se debe (y o está haciendo) adecuar a la camisa de fuerza de la empatía y lo políticamente correcto. No es del todo desolador este panorama. Porque a mí tampoco me gustaba que Polo Polo degradara a los homosexuales o que Paco Stanley sobajara a sus invitados por ser gorditos (aunque tampoco seré un hipócrita, desde luego que de niño lo disfruté).
Sin embargo, es evidente que estamos urgidos de un humor inteligente, que se atreva a cuestionar el “pensamiento” políticamente correcto que priva hoy en día, entrecomillo pensamiento porque no puede existir un razonamiento libre sin debatir las ideas que lo conforman.
Necesitamos del humor en nuestras vidas, de reírnos de lo absurdo qué es vivir, de nuestras enfermedades, sufrimientos, desgracias y defectos. De no indignarnos por todo y hacer de la existencia cotidiana una loza de solemnidad, porque, como decía Elbert Hubbard: “No te tomes la vida demasiado en serio. No saldrás de ella con vida “. En complemento, en Del Inconveniente de Haber Nacido, el escritor rumano E. M. Cioran reflexionaba:
“Ante una tumba se imponen las palabras juego, impostura, broma, sueño. Imposible pensar que la existencia sea un fenómeno serio. Certeza de un engaño desde el principio, en la base. Se debería escribir en el dintel de los cementerios: ´Nada es trágico. Todo es irreal´.
Muy cierto todo el artículo te felicito