Puebla, septiembre de 2025
Queridos amigos poblanos:
Les escribo con el mismo tono con el que uno le habla a los suyos cuando se están riendo de algo que no entienden del todo: no con soberbia, sino con una mezcla de cariño, sarcasmo y preocupación. Porque entre memes, indirectas y tuits irónicos, he leído demasiadas burlas hacia la ceremonia indígena con la que arrancó el nuevo periodo del Poder Judicial.
Y no es que no se puedan hacer críticas. Claro que sí. Pero una cosa es criticar con argumentos, y otra muy distinta es burlarse desde el prejuicio.
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Puebla y la burla como trending topic
No es percepción ni anécdota: es dato.
Puebla fue una de las cinco ciudades desde donde más comentarios despectivos circularon en X sobre la ceremonia, junto con Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara y Querétaro.
Y lo grave no es solo la cantidad, sino el tono:
— “¿Qué es esto, un aquelarre?”
— “Brujería con presupuesto público.”
— “Se acabó la república, ya somos república bananera.”
Y así, decenas. Cientos.
Como si el hecho de que una ceremonia indígena se realizara en Cuicuilco, con copal y bastones de mando, invalidara de golpe la seriedad de una institución.
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¿Qué fue realmente esa ceremonia?
Fue una consagración simbólica del nuevo Poder Judicial, encabezado por Hugo Aguilar Ortiz, un ministro de origen mixteco, en un sitio de profunda memoria como Cuicuilco. Un acto acompañado por representantes de pueblos originarios, lenguas indígenas, y una intención clara:
“Que la Corte ya no sea guiada por el poder ni por el dinero, sino por el servicio al pueblo.”
Y aunque para algunos eso sonó a cursilería con incienso, para otros —incluyéndome— fue un intento valioso de conectar la justicia con quienes históricamente han estado fuera de ella.
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El proceso judicial: sí, hay dudas. Pero también hay reglas.
Ahora bien, pongamos todo en contexto.
Nadie dice que el proceso que trajo a estas nuevas autoridades judiciales fue perfecto.
Fue una reforma legal, sí. Polémica, también.
Para muchos, fue una “elección popular” inédita que aún no convence del todo.
Para otros, un golpe a la estructura técnica y meritocrática del Poder Judicial.
Y para otros más, una oportunidad de abrir el sistema.
Pero esto hay que decirlo con claridad:
fue el proceso legal que se estableció, con las reglas dadas en la ley.
Y si algo va a legitimar a esta nueva Corte, no será el rito indígena ni la votación popular. Será su desempeño. Será si hace justicia. Será si llega a donde antes no llegaba.
Hasta ahora, lo único que hemos tenido es comentocracia, encuestas, titulares, especulaciones.
Lo demás está por construirse.
Y nada, absolutamente nada, justifica burlarse del origen indígena de quien hoy encabeza la SCJN.
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¿De qué se burlaron?
Del copal.
Del bastón de mando.
Del hecho de que no hubo toga, sino huipil.
De que se usaron lenguas originarias.
De que parecía “ceremonia de tribu”, “circo”, “circo electoral”, “teatro prehispánico”.
Y se burlaron así, como si lo indígena no tuviera lugar en una ceremonia institucional, como si el sistema de justicia hubiera nacido directamente del Derecho Romano sin haber pasado jamás por el saqueo de los pueblos originarios, los procesos inquisitoriales, la represión recientes de Aguas Blancas, Acteal o el olvido estructural de millones de indígenas sin defensores públicos.
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¿Y nosotros, los poblanos?
A ver. Seamos honestos.
Puebla es un estado con millones de personas que se identifican como indígenas.
Aquí hay juntas auxiliares con sistemas normativos propios.
Aquí hay totonacos, nahuas, mazatecos, mixtecos.
Aquí hay pueblos con memoria, cultura y dignidad viva.
Entonces, que desde aquí se hagan burla de una ceremonia que busca reconocer eso… es de una ignorancia tremenda, y de una soberbia más tremenda todavía.
Nos encanta decir que amamos nuestras tradiciones, pero cuando una tradición se sienta en la silla del poder, nos da risa.
Nos parece exótico el danzante en el desfile, pero nos parece ridículo el indígena en el estrado.
Yo escribo esto no desde la teoría, sino desde la experiencia.
He trabajado con comunidades indígenas. He escuchado sus historias. He visto cómo el Estado las olvida y cómo el sistema de justicia las margina.
Y también he aprendido que hay formas de justicia que no caben en los códigos, pero que tienen más legitimidad que muchas sentencias.
Que la palabra dada en una asamblea comunitaria vale más que el veredicto leído sin traductor.
Por eso me dolió ver cómo tantos poblanos —algunos bienintencionados, otros no tanto— se burlaron de algo que ni siquiera se tomaron el tiempo de entender.
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¿La ceremonia fue perfecta? No.
¿Faltó comunicación? Sin duda.
¿Debieron vincularla a la memoria histórica, a la justicia negada, a los pueblos olvidados? También.
¿Justifica eso su burla? En absoluto.
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¿Qué viene?
Viene el juicio verdadero.
No el juicio digital, sino el juicio de los hechos.
La verdadera legitimidad vendrá del desempeño, no del incienso.
Vendrá cuando veamos si la justicia llega o no llega.
Vendrá cuando un indígena en Chiapas reciba traductor.
Cuando una mujer en la Sierra Norte de Puebla tenga defensor.
Cuando un juicio no dure cinco años para quien no puede pagar un abogado.
Entonces, y solo entonces, podremos decir si esta Corte merece respeto.
Pero mientras tanto, burlarse de una ceremonia simbólica es solo proyectar la pequeñez de la mirada.
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Así que…
La próxima vez que vean a alguien levantar un bastón de mando, no se rían.
Pregúntense por qué nunca antes alguien así había estado ahí.
Y si no entienden, pregunten. Lean. Escuchen.
Porque el problema no fue la ceremonia.
El problema es que nos duele ver el poder con otros colores.
Con afecto, sarcasmo y una cachetada de realidad,
Raspu