Queridos amigos del PAN,
a los que todavía me leen sin salir corriendo a decir que lo mío es rencor o comodidad. A los que, aunque se hagan los distraídos, sienten que algo se les acomoda en el estómago cuando les escribo. A ustedes, que aún conservan esa especie en peligro de extinción llamada autocrítica.
No sé si lo saben, pero vivimos en lo que Lipovetsky llamó la era del vacío. Y no, no es que no haya nada; es peor: hay cosas, pero huecas. Instituciones que están pero sin alma; discursos que suenan pero no mueven ni el polvo; la palabra “comunidad” dicha en cada discurso, pero sin comunidad que la respalde. Lo común en México se volvió accidente, y lo colectivo, pieza de museo.
Hoy lo más cercano a una asamblea vecinal es el grupo de “Vecinos Vigilantes” en WhatsApp… vigilando que nadie estacione frente a su cochera.
Las plazas son estacionamientos. Los vecinos ya no se saludan, pero se espían por la cámara del timbre. Los comités de barrio son chats para vender tamales o quejarse del perro del 302. Las causas públicas duran lo que un hashtag, y la indignación colectiva lo que una historia de Instagram. Así se respira hoy.
Y ustedes, queridos panistas, insisten en vender bien común como si fuera pan caliente. El detalle es que para vender bien común primero tendría que existir vida en común. Y en este país, eso ya es especie protegida. Siguen hablando de “rescatar el tejido social” como si fuera una alfombra que basta sacudir. Imaginan comunidades como las que conocieron en los noventa, cuando todavía se podía juntar a la gente en la plaza para escuchar un discurso de veinte minutos sin que bostezaran… hoy la mitad se iría antes porque “ya me quedé sin datos”.
Pero hoy lo que hay son individuos cuidando su metro cuadrado, vecinos que no se conocen y prefieren así, ciudadanos que solo quieren lo inmediato. Y no se engañen: el bien común no se sube en un reel, no se transmite en un reel, no se discute en los chats de estrategia del partido. Se construye en la calle, con gente que se mira a la cara, con problemas que se resuelven juntos. No con hashtags de tres días de vida… y mucho menos con un “vamos a platicarlo en la próxima reunión de comité” que nunca llega.
México cambió drásticamente en muy poco tiempo, y nosotros también tuvimos culpa. Nuestro gran error fue que en el 2000 no matamos al viejo ogro filantrópico: lo engordamos, lo hicimos nuestro compadre, lo sentamos a la mesa. Nos volvimos parte del problema. Y en lugar de construir vida en común, nos dedicamos a administrar el botín… y a discutir entre nosotros quién se llevaba la mejor silla.
Y claro, no van solos.
Ahí está el PRI: aquel monstruo que asustaba a todos, reducido hoy a un club de dinosauritos herederos. Ya no hay colosos, solo hijos de colosos. Más embajadores que gobernadores, más exgobernadores pactando que liderando. Pactaron su supervivencia a cambio de su voz. Lo que quedó son administradores de migajas. Y ojo, las migajas también se reparten con lista y protocolo.
El PRD… bueno, el PRD se perdió en sus tribus, confundió la brújula y terminó sin mapa. Es la foto amarillenta que uno saca para recordar “cuando éramos jóvenes y marchábamos”. Hoy solo marchan… pero al cajero.
Y el partido naranja… canta bonito, tiene jingle pegajoso, se viraliza en TikTok. Pero no tiene ciudad propia, ni base comunitaria, ni raíces. Es aire con música: cuando se apaga la bocina, se acaba el show. Y no, el eco no cuenta como estructura territorial.
Con estos aliados, la oposición parece un zoológico mal administrado: un elefante echado (ustedes), un par de dinosaurios de bolsillo, un loro que repite consignas viejas y un canario que canta sin saber dónde está la jaula. Quieren convencer al país de que son la alternativa, pero se mueven como si el calendario político fuera adorno y no cuenta regresiva.
Spoiler: el reloj no se detiene aunque ustedes sí.
Ojalá —y lo digo con la misma fe que uno le tiene a un paraguas en un huracán— que tengan la capacidad de verlo. Que dejen de pensar que el bien común se vende en temporada electoral. Porque sin vida en común, su bandera no ondea sobre nada. Y el día que quieran levantarse para mover a este país, se darán cuenta de que el elefante echado son ustedes… y que nadie tiene ganas de empujarlo.
Nos vemos en la calle, si es que algún día se atreven a pisarla. Porque ahí, y solo ahí, empieza la vida en común. No en el Facebook Live del comité, no en el grupo de WhatsApp del distrito, no en el café cerrado con los mismos cinco de siempre. En la calle. Ahí nos vemos.
Con cariño Raspu
Desde la esquina donde todavía hay señal.
Desde la Tierra, donde la vida en común se construye con pasos, no con likes.