Queridos excompañeros:
Les escribo —una vez más— desde la ignominia.
Ese rincón oscuro, marginal y sin cargo donde algunos hemos aprendido a mirar las cosas sin maquillaje. Ese lugar donde ya no hay que simular acuerdos ni sonreír en desayunos de unidad que terminan en navajazos por debajo de la mesa.
Veo que ustedes siguen igual. Firmes. Firmes en su error.
Y no me malinterpreten: no es que sean malos. Es peor. Se han vuelto irrelevantes con razones. Y eso es más difícil de sanar que cualquier derrota como la del 24.
Me impresiona su capacidad de convocarse a largas reuniones que duran horas y horas, para llegar a la nada. Sus zoomspartidos en donde discuten cómo conquistar likes, pero no cómo conquistar colonias. Son verdaderos maestros del activismo de spa: se reúnen, se relajan, se masajean el ego, y salen renovados… para seguir sin tocar territorio.
Insisten en reciclar personajes que ya fueron reciclados tres veces antes. Parecen convencidos de que con un video nuevo o una frase aguda van a recuperar lo que perdieron hace dos sexenios: la conexión con la gente. Esa que abandonaron cuando cambiaron el barrio por la oficina, la junta auxiliar por el grupo de Telegram, el mercado por el algoritmo.
Y lo peor: creen que la ciudadanía no se da cuenta.
Siguen alejados del territorio real. No entienden que no entienden. La política ya no está en los boletines, sino en las banquetas. Y ustedes siguen creyendo que con una buena línea editorial y una conferencia de prensa en la sede nacional ya hicieron patria.
Pero no. Ya no.
Vivimos tiempos donde lo que se necesita no son más héroes partidistas ni más notables de ocasión. Lo que hace falta son ciudadanos de carne y hueso que puedan encabezar causas concretas en cada comunidad. Personas que vivan los problemas, que los sufran, que no tengan que simular cercanía porque ya están ahí. Y para ellos, ustedes no están dejando espacio. Porque todavía creen que el lugar les corresponde por derecho natural. Como una casta. Pero sin trono. Una casta destronada.
Y eso sí que es trágico.
Han confundido la razón crítica con la parálisis. Viven atrapados en la razón cínica: saben que las cosas no funcionan, saben que el sistema está agotado, pero aún así siguen jugando con las mismas reglas, con los mismos rostros, con las mismas estructuras. Como si el problema fuera de maquillaje, y no de fondo.
Y claro, cuando uno actúa desde el cinismo, no se construye nada. Porque se sabe demasiado para tener fe, pero se tiene tan poca fe que ya no se actúa. Y eso es justo lo que han hecho: quedarse como cronistas del fracaso ajeno, sin capacidad de proponer un futuro distinto.
Mientras otros —sin entrar en juicios— han sabido construir un relato, ustedes siguen atrapados en un loop infinito de frases defensivas, peleas internas, filtros azules y memes con nostalgia.
Y sí, me da pena. Porque muchos de ustedes fueron parte de un proyecto que alguna vez creyó en algo. Que creyó que se podía cambiar al país. Pero ahora se conforman con pelear por quién tiene el control de los comités municipales o el Consejo Partidario. Como si eso le importara a alguien allá afuera.
Y allá afuera, por cierto, la gente no está esperando su regreso. Está esperando a alguien que escuche. Que proponga. Que haga. Que resuelva.
Porque ya no hay espacio para la oposición que sólo existe por contraste. Hoy, para ser oposición, hay que ser opción.
Y eso implica construir causas. En el barrio. En la comunidad. En el mercado. En la junta auxiliar. Ahí donde ustedes no están.
¿Lo van a entender? ¿Van a reaccionar?
No lo sé. Tal vez no. Tal vez sigan haciendo su trabajo de siempre: reunirse, indignarse, señalar, y después publicar una selfie con la leyenda: “¡Seguimos firmes!”.
Yo, desde aquí, desde la ignominia, los veo. No con odio, sino con una mezcla de ironía, melancolía y decepción.
Ojalá algún día bajen del pedestal y vuelvan al piso. Ojalá algún día escuchen más al pueblo que a su grupo interno.
Mientras tanto, yo seguiré por acá. Sin cargos, sin comité, sin aplausos.
Pero con la conciencia tranquila de quien no juega a fingir que todo está bien.
Nos saludamos en la tierra, si es que algún día vuelven a pisarla, mientras tanto caminaremos una ruta diversa.
Saludos desde la ignominia,
Raspu
