Hay dos culpables del conflicto interno en el Partido Acción Nacional en Puebla: la derrota y la actual dirigente estatal, Augusta Díaz de Rivera.
De la primera, nada tenían que hacer contra Doble A y Claudia Sheinbaum. Si era Lalo o no, era lo de menos. La aplanadora armentista iba a pasar sobre cualquiera.
En la segunda, la imprudencia de Augusta ha dividido —más— al panismo. Todo eran risas, diversión y compañerismo hasta que los aplastaron en las urnas.
Su declaración sobre si renunciaría o no a la dirigencia del partido y quién debería sucederla, tienen al blanquiazul en crisis. Sin consultarlo con el ex presidente municipal, Díaz de Rivera creyó que era buena idea candidatearlo para el partido.
Grave error.
Desde su etapa como regidora y diputada, la carrera de Augusta Díaz ha sido gris. Sus posiciones son gracias a su apellido y su cercanía con El Yunque.
Desde la etapa de Jesús Giles —que sólo era un títere—, el PAN ha sufrido por la ausencia de un liderazgo digno, aunque nadie supera la mediocridad de Augusta y Marcos Castro.
Acción Nacional tendrá nuevo líder nacional en la figura de Jorge Romero, cercano a Eduardo Rivera y Mario Riestra, aunque este último goza de una amistad personal.
En Puebla, ya levantaron la mano Genoveva Huerta —que ya perdió por paliza—, Adán Domínguez —quien no tiene otro mérito que ser amigo de Eduardo Rivera—, Mónica Rodríguez —que se bajó de último minuto por miedo a enfrentar a Tony Gali Jr.—, Lalo Rivera Pérez —el gran perdedor de la elección pasada—, Oswaldo Jiménez —que ya perdió dos veces el distrito más panista del mundo— y Mario Riestra —con la mejor imagen en la ciudad—.
Sólo dos tienen posibilidades reales.
Y mientras todos los días, las y los panistas se enfrentan en declaraciones donde hasta el presidente municipal sustituto —y mejor amigo de Lalo Rivera— ya entró, Augusta Díaz vacaciona en Londres, Inglaterra.