Quienes vivimos los principios de los noventa recordamos el video musical Runaway Train de la banda Soul Asylum. Yo era un niño de aproximadamente diez u once años cuando quedé impactado ante los carteles con fotografías de personas desaparecidas en Estados Unidos, primordialmente jóvenes y menores de edad.
Por esas fechas el canal cinco de Televisa también programaba algunos comerciales sobre personas desaparecidas y una campaña para advertir a los menores de no platicar o irse con desconocidos, que finalizaba con el eslogan: “Mucho ojo”.
Hoy, casi treinta años después, me sigue provocando escalofríos ver una publicación de una persona desaparecida. En mis notificaciones de redes sociales -y seguramente en las de usted, apreciado lector- casi a diario veo que un conocido compartió la publicación de un familiar o amigo que salió de su casa y nadie lo volvió a ver.
¿Cómo es que alguien va a la tienda y jamás regresa? ¿Qué poder es capaz de extraerte del mundo sin que nadie sepa más de tu paradero? ¿Grupos criminales? ¿Grupos criminales protegidos por policías? ¿Grupos criminales protegidos por policías y la clase política? ¿Grupos criminales protegidos por policías, la clase política y pertenecientes a una red de crimen internacional protegida a su vez por una red narcopolítica global?
Hace unos días se volvió viral el video donde a una mujer le era arrebatado su hijo, a quien tomaba de la mano, a plena luz del día, por dos hombres que perpetuaron el crimen con fuerza y una estrategia que los hacía ver como expertos en la materia. Me impactó porque creo que nunca había visto la operación detrás de este crimen.
Desaparecen viejos, niñas, mujeres, personas con alguna discapacidad o en pleno uso de sus funciones. Así, sin más. Un momento están, otro ya no. Sus familiares los buscan con desesperación. Se les arruina la vida. La intranquilidad y el miedo se apoderan de sus venas. Algunos amigos se solidarizan y otros desconocidos nos limitamos a compartirlo en nuestros muros. Y la vida sigue. Sabiendo que tú, yo y cualquier podemos estar y después no estar. Y no quedaremos en un lugar mejor. Estaremos sin un riñón, sin corneas, descuartizados, explotados por una banda dedicada a la trata de personas; violados, convertidos en harapos.
Algunos -los menos- conscientes han formado organizaciones de búsquedas de desaparecidos. Y los criminales los amedrentan, los matan, los desaparecen. Nos quieren muertos, primero de pánico, después, literalmente.
Cien mil mexicanos han desaparecido desde 2011 y contando, de acuerdo con la ONU. Nueve mil por año, 174 al día. ¿Y aún así hay quien tiene estómago para celebrar Halloween?
Hace unos meses me percaté de que una de estas desaparecidas fue una chica con la que un tiempo salí, nos besamos, vimos películas juntos. Lo único que pude hacer en ese momento es preguntar si alguien sabía más detalles y compartir la publicación varias veces en mi muro. Hace pocas semanas, un excompañero de la preparatoria difundió una imagen de otro conocido, de mi misma rodada, que también había sido esfumado de la faz de la tierra.
Ya no desaparecen los niños desobedientes que aceptaron un dulce de un desconocido, o esos jóvenes tan lejanos de la Ciudad de Nueva York. Desaparecen personas con las que convivimos a diario, nuestros vecinos, nuestros primos, nuestros hermanos.
Y nosotros, claro está, somos tan jodidamente egoístas, alienados de la sociedad de consumo y auto explotación, que continuaremos en lo nuestro, creyendo que es algo lejano, que sólo le toca a quienes están en malos pasos, como nos quiere vender la dupla autoridades-criminales.