Mi recámara da al área común donde los señores recurrentemente organizaban tertulias hasta altas horas de la madrugada, conducta que terminó cuando un día les gritonee, hubo insultos y todo terminó en un alboroto con el casero. Después continuaron con sus parrandas, pero más moderadas y yo terminé haciéndome su amigo.
Es un grupo de hombres en sus tardíos cincuenta y algunos entrados en sus sesenta, la mayoría divorciados. Son fiesteros y alegres, siempre tienen algún convivio en el club deportivo, o viajan el fin de semana a algún destino cercano; celebran el cumpleaños de uno o el santo de otro.
En el mismo conjunto donde vivo hay muchas parejitas o solteros de veinticinco o treinta y pocos años de edad. Son amables, te saludan, pero rara vez intercambian algo más sustancioso que un “buenos días, buenas tardes, buenas noches”. Yo, a unos pocos meses de cumplir cuarenta, les comenté esta situación a los de cincuenta. “Así son los chavos, están todos ensimismados”, opinó uno de los señores que, justamente, tiene hijos en sus veintes.
Me quedé pensando sobre la respuesta de mi vecino, abrí mi teléfono y busqué información al respecto. Y, sí, en efecto, las generaciones más jóvenes están mucho más aisladas de la sociedad que las mayores. Un estudio en particular llamó mi atención.
El 56 por ciento de los miembros identificados como pertenecientes a la Generación Z (personas nacidas entre 1996 y principios de los dos miles) admiten sentirse solos al menos dos veces al mes, más del doble de lo que ocurre con los llamados Baby Boomers (nacidos entre 1946 y 1964), pues sólo el 24 por ciento indicó padecer el sentimiento de soledad. Lo anterior, de acuerdo con un estudio del Survey Center.
En ese mismo sentido, un estudio de la farmacéutica Cina arrojó que la Generación Z es la que más sola se siente con respecto al resto de grupos demográficos, aunque esta sensación no es aislada con respecto al resto de los ciudadanos, pues uno de cada cinco estadunidenses admite que no tiene a nadie con quién hablar.
No encontré estadísticas similares en México, pero sí una creciente soledad y pobreza en el sector de la tercera edad, así como un incremento en los índices de depresión; actualmente el 15 por ciento de los mexicanos padece depresión, de acuerdo con la UNAM.
Una verdadera ironía. Estamos en un periodo de sobrepoblación, rodeados de personas, y al mismo tiempo, infinitamente solos. Algunos lo atribuirán a que las nuevas generaciones prácticamente nacen pegados a la tecnología, mientras que las más viejas crecieron en un ambiente seguro y propicio para la socialización.
Recientemente platicaba con una abuela que comparaba su época de niñez con la que viven sus nietos. Me refería que ella andaba en camión de un lado para otro y jugaba en la calle, mientras que a sus nietas les prohíben incluso caminar a la papelería de la esquina, por motivos de la reinante inseguridad.
Las generaciones más jóvenes crecieron y están creciendo en un ambiente muy distinto al de sus predecesores, con conductas cuyas consecuencias la ciencia aún no ha podido estudiar a cabalidad. En mi época juvenil, había unos cuantos canales de televisión para elegir, así como un puñado de estaciones de radio y pocas películas en el cine; no teníamos cientos de notificaciones a diario en nuestro teléfono celular -casi nadie contaba con este dispositivo, salvo algún hijo de ricachón- y salir a andar en patineta, hacer travesuras con los amigos o jugar la cascarita era lo más común.
Hoy el mundo nos ofrece un infinito de experiencias personalizadas a elegir. Miles de miles de películas, géneros musicales, videos y tendencias para la microtribu que uno quiera: skaters, gamers, futbolistas, darks, skins, raperos, fresas, reguetoneros, feministas, lgbtis, otakus… Desde mi percepción, los más jóvenes, al crecer en un mundo que les ofrece tan a la mano lo que les interesa, han perdido la capacidad de asombrarse, escuchar y abrirse a temas o asuntos que no han llamado su atención.
¿En qué le puede interesar, digamos, a un adolescente fan del manga que tiene en su tableta series, videos, cómics y usuarios de redes sociales afines a sus gustos que su tío le hable de rock viejo o que su abuelo le quiera contar de cómo era jugar a las canicas en la tierra? Tal vez finjan prestar atención, pero en realidad lo harán por pura cortesía y sólo un verdadero caso excepcional tendrá la disposición de abrir su panorama a otros gustos y formas de estar.
Muchos estudios han investigado, eso sí, los efectos de estar pegados a las pantallas en la socialización, y llegan a la conclusión de que el tiempo que pasamos frente a estos dispositivos es inversamente proporcional al tiempo que destinamos a amigos, familiares o la vida pública.
No quiero satanizar el uso de la tecnología o que pasemos tiempo a solas disfrutando los contenidos que nos gustan. En lo personal, tiendo más a la soledad, pues muchas de mis actividades favoritas no requieren compañía, tales como escribir, leer, caminar o ver películas. No obstante, sabemos que biológicamente estamos programados para ser sociales, que esta en nuestra naturaleza, amén de que nuestra evolución como especie tuvo su origen en la interacción con otros seres humanos.
Alejarnos plenamente del otro nos arroja a la soledad, depresión y demás conductas perjudiciales. A las generaciones más viejas les es natural y familiar irse a tomar el café, jugar dominó, canasta o tomar la copa con los cuates y les cuesta mucho asistir a reuniones virtuales o hacerse aficionados a las redes sociales. Las generaciones que les sucedimos, en cambio, requerimos hacer un esfuerzo monumental por imitar ese gusto por la bohemia, por convivir, por estar por y para el otro, de lo contrario, terminaremos en esas escenas apocalípticas y reales que ya pasan en algunos países asiáticos, donde la gente se encierra meses o años en sus cuartos y la policía debe tocar cada dos o tres días a las puertas de las habitaciones de los viejos para corroborar que aún siguen vivos.