Se puede cambiar de ideas, pero no de principios.
La traición es una constante en la carrera política de Iván Herrera Villagómez.
Aunque Claudia Rivera Vivanco lo hizo diputado, se fue, en la primera oportunidad que tuvo, a los brazos del ex gobernador Miguel Barbosa justificándose en un pacto en “pro de los poblanos”.
Incluso, llegó a negar a la ex presidenta municipal, asegurando que nunca fueron cercanos.
De ser un incondicional de Ignacio Mier, se convirtió, de un día para otro, en soldado del senador Alejandro Armenta.
A punto de ser nombrado candidato a una diputación federal, Herrera Villagómez olvidó convenientemente que agredió al candidato de Morena a la gubernatura desde la tribuna del Congreso del Estado: “que deje de inyectar dinero a un candidato de Morena, muy identificado con él, muy identificado con el equipo de (Mario) Marín”.
También se la jugó a muerte con Nacho y compañía.
Acusó, con unas fotos truqueadas como prueba, al diputado Estefan Chidiac de imprimir publicidad con un “compadre” para Alejandro Armenta Mier.
José Iván “está chavo” —como lo calificó el mismo senador—, pero como decía Maquiavelo: la traición es el único acto de los hombres que no se justifica.
La ingratitud es un uno de los actos más despreciables, ruines y vergonzosos que un ser humano puede cometer contra otro.
Iván Herrera es experto en estos temas. Es el rostro del chantaje y de la traición en un Movimiento que prometió acabar con estos males.