La carretera de Chilpancingo a Acapulco tiene una afluencia atípica debido a las circunstancias de los últimos días. El huracán Otis de categoría 5 modificó la dinámica social en esas demarcaciones.
Familias enteras viajan diariamente, de ida y vuelta, para buscar parientes, víveres o suministros. Algunas ocupan carritos de supermercado para surtirse de la mayor cantidad de productos.
Ciudadanos que realizan su periplo sin calzado, lucen lastimados. Algunos se han herido los pies y tratan de cubrirlos con lo primero que encuentran a la mano.
Ramas caídas, encharcamientos y tiendas destruidas es la constante en la entrada a Acapulco. Aunque elementos de la Guardia Nacional se encuentran desplegados en la zona, no se percibe orden ni un plan efectivo de contingencia.
Distintas paradas del Acabus están en ruinas. Algunas progenitoras se resguardan en ellas, junto con sus hijas e hijos, para descansar momentáneamente.
El daño dejado por Otis es más visible en la Costera Miguel Alemán, en la zona turística. Lejos de que la señal de internet está totalmente fuera de servicio, la zona parece boca de lobo a partir de las 18 horas.
A pesar de lo anterior, habitantes pernoctan en sus viviendas con el propósito de reconstruirlas a la brevedad posible.
“Si algo tenemos los guerrerenses es que somos tercos”, expresa una de las personas damnificadas en Acapulco.
Cuando la gente se anima a relatar su situación a representantes de la prensa, es inevitable escuchar cómo se le quiebra la voz, sobre todo, a aquellas o aquellos que perdieron todo su patrimonio o que llevan una vida entera radicando en el puerto.
Elementos de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), provenientes de distintas latitudes del país, señalan de manera extraoficial que la energía estará restablecida en una semana, es decir, hasta el 2 o 3 de noviembre.
Algunos hoteles de lujo, destruidos por Otis, logran tener luz por los generadores instalados en sus inmuebles. En una especie de gesto de humanidad, sus administradores permiten que vecinas y vecinos se acerquen para cargar las baterías de sus móviles o celulares.
Mientras tanto, gente que no tiene noticias de sus seres queridos acuden a la base naval para pedir información al respecto. Para trasladarse ahí, piden aventón a desconocidos.
Muchos conductores no quieren apoyar a las y los damnificados por temor a ser víctimas de delincuentes. Realmente, es un sentimiento mutuo: la desconfianza es otra hija de los escenarios siniestrados.
Uno de los temas principales en las conversaciones de la ciudadanía es la rabia contra el actuar de las autoridades locales. Las acusan de indiferencia, omisiones y lentitud.
Otras voces mantienen la esperanza. Avalan la propuesta del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, acerca de que los apoyos no lleguen a través de intermediarios o de organizaciones no gubernamentales.
En los albergues, se percibe a gente de todas las edades y estratos sociales. Ahí no hay fifis o chairos, ni simpatizantes del PAN o haters del obradorismo.
La gente platica sin pensar en temas políticos o colores partidistas. Su principal preocupación no es el 2024, sino tratar de comunicarse con sus parientes y hacerles saber que están bien. Agua, arroz, carne, frijoles y un cobertor caliente es parte de la ayuda ofrecida en los refugios.
En las estaciones de Pemex, hay gente aglutinada esperando abastecerse de combustible. Los militares y la Guardia Nacional controlan la distribución de la gasolina.
Poco a poco, la Federación comienza con el envío de más elementos de las Fuerzas Armadas para que ayuden en las tareas de limpieza y rehabilitación.
Apenas han pasado unos días del fenómeno meteorológico más fuerte del que se tenga memoria en la historia del país, pero habitantes de Acapulco se mantienen en pie.
No se engañan a sí mismos. Saben que apenas empieza lo más difícil, sobre todo, por la escasez de agua y alimentos. Saben que un monstruo de altamar vino a tratar de expulsarlos del “Paraíso del Pacífico”, pero se le olvidó que son un pueblo guerrero forjado entre balas, inundaciones y pobreza extrema.