Estamos a pocos meses de que el presidente López Obrador inicie su último año de gobierno y su ritmo de trabajo y giras por todo el país no han cesado; quizás se vieron disminuidas en los dos años que duró la pandemia de la Covid-19, pero no por ello dejó de salir todos los días en medios digitales en su “conferencia mañanera”, lo que le ha permitido, no sólo marcar la agenda nacional, sino también dar diariamente su versión oficial de los logros, avances y conflictos que ha vivido su administración, sin dejar de lado los ataques y descalificaciones a sus adversarios políticos, no sólo de México, sino también de otros países, como los presidentes de Estados Unidos, los líderes del Parlamento Europeo, de Colombia, Ecuador, Perú, entre otros, rompiendo el principio de “No intervención” aplicado de forma reiterada.
Lo anterior ha traído como consecuencia, que dichos países han tenido que salir a dar respuesta a sus ataques, defendiendo su soberanía y su derecho a decidir lo que más conviene a sus connacionales.
Pero la otra cara de la moneda, ha sido la actitud del Presidente de alabar los gobiernos de países como Cuba, Nicaragua y Venezuela, apoyándolos no sólo en la parte ideológica, sino también con programas de ayuda económica y de intercambios comerciales, no del todo claros, en los que a los mexicanos nos ha quedado la duda, si no es mejor ayudar a los mexicanos en pobreza o pobreza extrema a salir de su situación, que ayudar a otras naciones dirigidas por dictadores, donde la falta de democracia, violaciones de derechos humanos y la pobreza, les han permitido perpetuarse en el poder.
En México, por lo menos, la población que conoce a AMLO, desde su época de Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, hasta los tres procesos electorales a la Presidencia de la República en los que ha participado, en 2006, 2012 y 2018 en el que finalmente obtuvo el triunfo para encabezar el primer gobierno de izquierda en la historia de nuestro país, conoce los defectos y virtudes del Presidente, ya que su discurso beligerante y de franca confrontación con los actores políticos, empresarios y grupos de la sociedad civil en las elecciones de 2006 y 2012 no le permitieron alcanzar la victoria, al habérsele calificado en la primera elección como “un peligro para México”, por lo que no pudo llegar a la Presidencia, lo que no le impidió continuar en campaña los años siguientes recorriendo todos los municipios del país para llevar su mensaje y atraer las simpatías de la población más pobre y vulnerable del país y que a la postre le apoyaron para que en 2018 obtuviera la Presidencia de la República con una votación inobjetable.
Desde mi punto de vista y de varios analistas políticos, AMLO en la elección de 2018, ante los pésimos resultados de la gestión de Enrique Peña Nieto y de los escándalos de corrupción que se dieron en su gobierno, así como la crisis de inseguridad y aumento de los cárteles del narcotráfico en el país, aunado al aumento de la pobreza, también tuvo el voto de la clase media que confió en su discurso de lograr la conciliación y luchar contra la corrupción, la impunidad y acabar con la inseguridad: sin embargo poco les duró el gusto, ya que en los hechos uno de los objetivos del Presidente y de la 4T ha sido terminar con la clase media para se incorporen a los grupos que están en la pobreza, calificándolos de “aspiracionistas” y de apoyar a sus adversarios los conservadores y neoliberales.
Es por ello que uno de los mayores retos del próximo candidato o candidata de Morena a la Presidencia de la República para la elección del 2024, es ¿cómo convencer a las clases medias para que vuelvan a votar por esta opción?, si López Obrador un día sí y al otro también se ha dedicado a atacarlos y a implementar políticas y programas para su desaparición, si los ha ubicado como sus adversarios y si no son su prioridad en sus acciones de gobierno.
A pesar de las acciones gubernamentales para apoyar a las clases más desprotegidas económicamente, los resultados no han sido positivos, ya que en México, el número de pobres ha aumentado en más de seis millones en lo que va del sexenio y aún con los aumentos a los salarios mínimos, la inflación y el poder adquisitivo de la población se ha visto disminuido, sumado a los graves problemas que vivimos en materia de salud, inseguridad, corrupción, impunidad, migración, falta de transparencia, violencia, homicidios, desaparición de personas, lucha de poderes entre el Ejecutivo y Legislativo contra el Poder Judicial y con los escándalos de actos de corrupción en los que se han visto involucrados los familiares del Presidente y algunos de sus funcionarios más cercanos.
Por ello cabe preguntarnos:
¿En qué momento el candidato o candidata a la Presidencia de la República por Morena empezará a deslindarse del discurso beligerante y de confrontación de AMLO contra la clase media si es que aspira a obtener sus votos?; o bien si desde hoy la apuesta es que el voto de los pobres será suficiente para alcanzar el triunfo en 2024.
¿Cuál será su oferta electoral para la clase media si el propio Presidente los ha echado en brazos del bloque opositor al atacarlos y querer obligarlos a abandonar su lucha por tener una mejor calidad de vida?
¿Hasta dónde el discurso de odio y polarización entre liberales y conservadores que enarbola el Presidente, le será útil al candidato o candidata de Morena a la Presidencia de la República?
Considero que funcionalmente la apuesta de “todos somos AMLO” que electoralmente dio buenos resultados en 2018, hoy para los mexicanos ya no aplicará igual, porque el Presidente ya va de salida y su idea de prolongar su gobierno con un clon por medio del “obradorato” no está garantizado al cien por ciento, aún con un candidato o candidata que se vuelva su empleado. Otros expresidentes lo intentaron y no lo lograron, por lo que, en pleno siglo XXI los mexicanos siempre le apuestan a un cambio, aunque Morena repita en la silla presidencial.