En algún lado leí que, en sus primeros años de ejercicio, los médicos son comprensivos, empáticos, atentos, en apego a su misión de salvar vidas; no obstante, conformen transcurren los años, se vuelven más fríos, distantes, hartos de lidiar con sus pacientes.
Algo similar ocurre con la mayoría de los oficios y profesiones. Tal vez se refleja con más claridad en los guardias de seguridad particulares, primordialmente de edificios o fraccionamientos. Malencarados, fatigados, fastidiados. ¿Y quién no va a estarlo con jornadas de 24 horas de trabajo por 24 de descanso, sueldos de 6 mil pesos al mes y nulas o mínimas prestaciones, juntándolo con tratar personas exigentes y en muchos casos miserables?
En el mundo de los negocios, hasta el cansancio se repite la máxima: “El cliente siempre tiene la razón”. Bajo esa premisa y el temor fundado de que su negocio quiebre, los prestadores de servicios se han vuelto permisivos, dóciles y prácticamente esclavos de los malos modos, las exigencias injustas y la explotación de sus clientes.
Muchos de ustedes recordarán aquel video reciente en que una mujer enloquecía de furia exigiéndoles a los empleados de un banco que le cambiasen unos billetes; de manera anecdótica, fue bautizada como “Lady Dea”, por acompañar su imperativo con amenazar a los trabajadores bancarios con recurrir a sus presuntas influencias con las autoridades estadunidenses. Esa misma mujer semanas posteriores protagonizó otro incidente similar, pero en un restaurante de comida asiática.
En recientes fechas se han presentado iniciativas para recuperar algunos logros hoy extintos de los empleados, tales como trabajar jornadas no extenuantes y tener derecho a que sus jefes no los molesten en horas inhábiles. Si bien es necesario proteger al obrero de la explotación, si los clientes siguen teniendo existencias inverosímiles para con los negocios, el problema persistirá, dado que ningún empresario querrá perder sus ingresos.
“El cliente siempre tiene la razón” debería completarse con el atenuante “el cliente educado y sensato siempre tiene la razón”.
Como sociedad requerimos educarnos para ser clientes comprensivos con las empresas y sus empleados, que no son otra cosa que nuestros semejantes. Es como aquel conductor que es irrespetuoso con los peatones, cuando en algún punto del día se bajará de su camioneta y él mismo desempeñará el rol de peatón, sometiéndose a la amenaza de encontrarse choferes como él.
Todos somos, al mismo tiempo, empleados y clientes. Es verdad que hoy en día aún abundan muchas empresas que prestan pésimos servicios y, como consumidores, estamos obligados a denunciarlas o expresar nuestra inconformidad, pero también es verdad que existen prestadores de servicios excelentes que no merecen sufrir escenas de maltratos ni prepotencia.
Si nos educásemos como sociedad en ser mejores clientes, tendremos a su vez dentistas, veladores, servicio doméstico, meseros y recepcionistas, más atentos, pacientes y con mejor disposición para servirnos. Trabajaremos, pues, con más armonía, condición indispensable frente a la epidemia de estrés y ansiedad que padecemos en nuestras vidas profesionales.