El anuncio de separación entre el matrimonio de famosos integrado por la conductora Andrea Legarreta y el músico Erik Rubín conmocionó a un sector de la población; algunos en broma, otros más en serio, publicaron en sus redes sociales que era la pareja más estable que reconocían, y que si ellos fracasaban en el amor, cualquiera lo haría. Lejos de ser una estampa anecdótica, las reacciones a esta ruptura están inmersas en estadísticas y realidades sobre el fracaso de las parejas de largo plazo.
En México, por ejemplo, en 2021 se reportó un incremento del 61.4 por ciento en divorcios, dado que se registraron 149 mil, en contraste con los 92 mil ocurridos el año previo, de acuerdo con el Inegi. Si ampliamos la muestra anual, la gráfica se pronuncia aún más; por ejemplo, en 2011, por cada 100 matrimonios hubo 16 divorcios, mientras que en 2021, tomando como referencia el mismo número de uniones, se informaron 33 separaciones, es decir, poco más del doble.
En España la media de duración de los matrimonios hoy en día es de 16.6 años, mientras que en Estados Unidos es de 8 años.
Entre quienes continúan en un matrimonio las estadísticas tampoco son alentadoras. El terapeuta John Gottman, quien ha estudiado durante más de cuatro décadas a las parejas, refiere que sólo 3 de cada 10 matrimonios se asumen como satisfechos o felices dentro de la relación.
Habrá quien abogue a favor de las separaciones, si las personas no son felices juntas, ¿para qué continuar? Y puede que, en efecto, le asista la razón. Nadie quiere a matrimonios donde la mujer sufra maltrato o el hombre padezca explotación o infidelidad. No obstante, el problema más profundo radica en que, diversos estudios, indican que la plenitud humana está estrictamente ligada a la calidad y profundidad de relaciones que forjamos.
Es ya bastante conocido y difundido un estudio de Harvard, el que más décadas lleva en la historia académica, que analiza a las personas más longevas y que se asumen como más felices, y en todas ellas la constante es la misma: relaciones de calidad.
Aparte, el ya extinto sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su libro Amor Líquido advertía de cómo el triunfo del materialismo ha devenido en que las personas sean incapaces de profundizar en sus lazos, de asumir relaciones de largo aliento, debido a esta constante posmoderna de buscar experiencias nuevas y abrazar la idea capitalista de la libertad. No obstante, el mismo Bauman advertía que el remedio resultó mucho peor que la enfermedad, debido a la crisis existencial, los vacíos y la tristeza que priva en esta época de libertades mal entendidas.
Bauman no es el único que ha estudiado el fenómeno. La socióloga franco-israelí Eva Illouz publicó en 2019 un ensayo magistral titulado El Fin del Amor, en el que aborda justamente el triunfo de la economía de mercado sobre las relaciones de pareja, que nos ha terminado cosificando, reduciendo a experiencias sexuales efímeras y a un continuo producirnos como artículos para estar vigentes en la tienda de humanos.
No es un problema sencillo de resolver. El triunfo de los likes, los cuerpos perfectos, la fama efímera, la inacabada búsqueda de experiencias “nuevas”, nuestra falta de paciencia, de humidad, de comprensión, nos están llevando a relaciones fracasadas y al baúl de la soledad disfrazada de infinito potencial de libertad.