El parque vecino al Salón Country parecía, esa tarde, un escenario inocente. Niños jugando, parejas caminando, el sol filtrándose entre los árboles. Pero en las sombras se gestaba otra historia: dos vehículos civiles, sin logos ni sirenas, esperaban con paciencia felina. Adentro, agentes ministeriales repasaban la orden: detener a Jesús Zaldívar, señalado por el desfalco millonario al CONALEP, inhabilitado en la vía administrativa y con un proceso penal abierto por falsificación y abuso de autoridad.
El operativo estaba planeado con detalle. Uno de los ministeriales llevaba camisa blanca, manga remangada, pistola corta oculta bajo el chaleco; otro sudaba detrás de unos lentes oscuros, aferrado al radio. En un folder, las pruebas: diecinueve contratos irregulares, firmas alteradas, obras nunca ejecutadas. La instrucción era clara: esperar el momento en que Zaldívar apareciera en la Asamblea Estatal del PAN, la que decidiría el nuevo Consejo.
El consejero fantasma
Zaldívar fue propuesto por militantes de Venustiano Carranza, pero lo que estaba en juego era la asamblea estatal, la de todo Puebla. La paradoja: electo por toda la militancia panista del estado sin siquiera aparecer frente a ellos. El consejero fantasma triunfaba desde la sombra.
Para los ministeriales, la espera era interminable. Se repetían mentalmente la mecánica: entrada discreta, aseguramiento inmediato, lectura de derechos, traslado. Todo listo, salvo el detalle más importante: el prófugo nunca llegó.
La ruta del fugitivo
Los informes ya lo habían anticipado. Su fuga había comenzado meses antes de que pidiera licencia en el PAN municipal, cuando ya nadie podía justificar sus ausencias. Un amigo relató cómo lo citó en Tlaxcala, en un hotel frente a la vieja maquinita del ferrocarril: paranoia de película barata. “Deja el coche en el centro, camina, asegúrate de que nadie te siga”, le exigía. Después, un acompañante moreno, barbón, lo condujo a una habitación para la charla.
De ahí, su rastro llevó a la Sierra Norte. Algunos días se refugió en cabañas de un expresidente municipal de Zacatlán, que le dio cobijo con discreción. Luego se deslizó hacia Veracruz, desde donde mandaba emisarios a preguntar si ya había salido electo. Así operaba el prófugo: escondido, pero pendiente del reparto de poder.
La militancia que no vio
El día de la Asamblea Estatal, los militantes llegaron de todo Puebla. Pero Zaldívar no. No se presentó ni en Venustiano Carranza ni en la estatal, ni agradeció a nadie. Fue electo consejero sin rostro, protegido por la pluma de Mario Riestra, que operó desde el escritorio. El operativo ministerial terminó en fracaso: informe seco a la Fiscalía, objetivo ausente.
El discurso ausente
Y mientras tanto, ¿dónde quedó el discurso del dirigente nacional, Jorge Romero, que pregona sancionar la corrupción aunque venga del propio partido? Aquí en Puebla, nada. Ni una palabra. Mario Riestra, tampoco: calla sobre las cuentas de Eduardo Rivera y de Adán Domínguez, porque tiene su propio pillo en casa. Zaldívar es su protegido, y el silencio es cómplice.
El poder termina igualando a todos: los que ayer fueron aliados, hoy se cubren las espaldas. Y con esa clase de actitudes, ¿cómo puede el PAN presentarse como opción seria para recuperar el municipio? Difícilmente.
Bocachueca reporta
El único que apareció en representación fue el inseparable Bocachueca Pérez Peña, quien con cinismo reportó a su jefe:
—Tranquilo, patrón. Ya está. Quedaste electo. Impunidad garantizada.
Y como buen cortesano, remató:
—Eso sí, la próxima regiduría no se te olvida. Porque ya te pareces a Mario: todo para tu familia.
El Cuervo Blanco
Desde lo alto, sobre una cámara de videovigilancia apagada, el Cuervo Blanco observaba. No era negro como la noche, sino blanco, luminoso en su ironía. Miraba cómo los hombres de la ley aguardaban en vano, cómo el partido legitimaba a un fugitivo, cómo la verdad era torcida por las camarillas. Graznó fuerte, como riéndose: la justicia seguía esperando, pero el PAN poblano ya había elegido impunidad.