Hay que decirlo como es: Miguel Barbosa empuñó la pistola.
Qué peligroso es el poder en las manos equivocadas. Es cierto, la denuncia por extorsión llevó a Rueda a prisión, pero el ex gobernador le dio un empujoncito.
Le molestó el último programa del director de Diario Cambio, cuando le recordó cómo acabaron sus antecesores, Rafael Moreno Valle y Mario Marín.
Tampoco le gustó el texto que el autor de Tiempos de Nigromante escribió desde la cárcel. Por eso, en tiempo récord, lo movieron a Tepexi, prisión reprobada por la Comisión de Derechos Humanos de Puebla.
Fue su última columna.
Esperaron al día de su boda —la que canceló— para detenerlo. Querían sangre y show. Así de perversos somos los seres humanos cuando la sed de venganza se apodera de nosotros.
Pero la caprichosa vida siempre da revanchas.
Meses después, Arturo y Gaby salieron de la iglesia de Las Ánimas como marido y mujer. Y nadie, absolutamente nadie puede separar lo que Dios une.
Algo tiene el poder que enloquece a muchos. Y los enloquece más cuando se termina.
Lo aislaron, torturaron e incomunicaron, pero no acabaron con él. Hay quienes describen el estar en prisión como la muerte. Una muerte lenta y dolorosa.
Nadie amerita una pena mayor a la que merece.
Dos años, muchas lecciones y decenas de rosarios después, Arturo Rueda regresó.
Lo celebro porque hacía falta en el periodismo poblano, pero lo celebro más por su esposa y madre, la que viajó por horas durante meses para verlo minutos.