Con un tono burlesco, el presidente Andrés Manuel López Obrador negó que el aparato gubernamental se haya valido de acarreados para acompañarlo en la marcha en la que supuestamente presentaría su cuarto informe de labores. Como era de esperar, el discurso del partido oficial y sus militantes replicó al de su líder: Ni un solo acarreado, puro simpatizante comprometido.
La evidencia periodística el sentido común y la realidad arrojaron evidencias en sentido opuesto. Se utilizaron recursos del Estado, de los impuestos que todos los contribuyentes pagamos, para movilizar a personas de lugares recónditos del país con el objetivo de atascar la Avenida Reforma y sus circundantes y así intentar ridiculizar a la marcha previa contra el presidente.
El tono del presidente y sus simpatizantes me provoca escalofríos, porque parece que en realidad se creen sus mentiras. En la república de los otros datos no existen investigaciones independientes, estadísticas ni la realidad, sino sólo la palabra del dictador de dogmas y nada más: Se le cree y se le da la razón o se es un traidor a la patria.
Más allá del abuso y la corrupción de desviar dinero público para cobijar el cada día más enfermizo ego del mandatario tabasqueño, me provocan aún más espasmos escuchar su retórica tan alejada de la realidad, cómo se ha perdido por completo en sus fantasías y que sus seguidores hagan lo propio.
Asistí a algunas marchas lideradas por López Obrador, a la del desafuero y alguna otra. Voté en dos ocasiones por él, en 2006 y 2012, en ambas con la convicción de que el tabasqueño y su movimiento representaban una opción genuina de darle voz a los desprotegidos, de recomponer el rumbo que dejaron los mandatos del PRI y del PAN. Me desencanté el movimiento justo por la retórica del hoy presidente, en particular, por sus ataques contra la prensa libre y toda voz disidente o crítica. Cito mi caso no por ser un referente protagónico, puesto que está lejos de serlo, pero sí es un ejemplo de lo que cada vez se escucha y se ve más: Gran parte de quienes lo respaldaron, hoy lo han dejado de hacer. Y las calles no mienten.
Seguramente a la marcha oficialista aún asistieron muchos seguidores convencidos de la nobleza de la causa, pero la gran masa fue movida con recursos públicos, no por la voluntad.
La razón de la marcha no era otra que demostrar poder frente a los que se movilizaron en su contra. Así de revanchista y ególatra es la lógica de quien, supuestamente, gobierna para todos los mexicanos.
Todos tenemos derecho a la fantasía, qué gris sería nuestra existencia sin ella. Lo perjudicial es que esa fantasía sea ley, sea gobierno y se auspicie con dinero público. Y lo que provoca más extrañeza es ver que algunos han decidido no recapitular y seguir creyendo en el gobierno-ficción.
¿Y pensar que muchos se proclaman marxistas anti dogmas religiosos? No son ateos ni arreligiosos, simplemente cambiaron de Dios y de doctrina.