A Javier López Zavala, candidato del PRI a la gubernatura en 2010, los poblanos nunca le perdonaron que fuera chiapaneco.
Metidos en la guerra electoral, algunos llegaron a asegurar que era de Guatemala.
Ésos dos fueron los negativos más altos del originario de Pijijiapan, además de su cercanía al góber precioso.
Hoy, la historia se puede repetir.
Eduardo Rivera Pérez, candidato de la alianza encabezada por el PAN, nació un 7 de febrero de 1972 en Toluca, Estado de México.
Lalo es mexiquense de nacimiento, pero poblano por decisión. Como el ahijado político de Mario Marín.
Y no tiene nada de malo. Nuestra Constitución dice en su artículo 116, fracción I, que pueden ser gobernadores quienes no sean del Estado siempre y cuando tengan una residencia efectiva en él no menor a cinco años antes de las elecciones, inclinándose, en consecuencia, por aceptar a quienes no nacieron en el Estado a cambio de comprobar que se han asentado en el mismo durante algún tiempo.
Ése es el caso del ex presidente municipal.
El problema es si las y los poblanos quieren ser gobernados por alguien que no nació en su tierra.
Por algo, de no ser en las mediciones de Massive Caller, Eduardo no levanta en las encuestas.
Ahora que las y los panistas presumen tanto a Rafael Moreno Valle, el priista que los llevó a lo más alto del poder en Puebla, deberían recordar cómo atacaron a López Zavala por su origen chiapaneco.