“Claro que hay un grupo de ciberdelincuentes”, aseguró hace unos días el gobernador Armenta durante una Mañanera.
Tiene razón.
No se les puede llamar de otra forma a los que, desde el anonimato, se dedican a calumniar y ofender.
Se sienten muy gallitos sin mostrar su foto y nombre real.
De frente, estoy seguro, sería una realidad diferente.
Y es que el acoso digital sí es una forma de violencia que puede destruir reputaciones, dañar la salud mental y afectar gravemente la vida de una persona.
Ocultos tras una pantalla, estos delincuentes creen que el anonimato los protege, pero la ley también existe en el mundo virtual.
“Y nadie los va a proteger por calumniar y lastimar la dignidad humana”, aseguró el mandatario en su conferencia de prensa.
Hace bien.
La impunidad no debe tener lugar en el mundo digital poblano.
El anonimato no es libertad de expresión: es un disfraz que muchos usan para dañar sin enfrentar consecuencias.
La verdad no necesita máscaras; la calumnia, sí.
Castigo para los que atacan y ofenden desde el anonimato, por el bien de Puebla.
Difamar es delito. Conste.
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