Recientemente un presentador de noticias publicó en su muro de Facebook una queja por las personas que admitían no ver noticieros porque, argumentan, no les gusta enterarse de tragedias o infortunios. La inconformidad del locutor no es un hecho aislado, sino una tendencia global de rápido crecimiento.
Con estadísticas actualizadas a este año, el 38 por ciento de las personas admiten no consumir noticias con regularidad, superior al 29 por ciento de hace un lustro, de acuerdo con un estudio propio de la Agencia Reuters.
En no pocas sobremesas he escuchado a personas reconocer que no consumen más noticias. Tuve una discusión con una señora que defendía la postura de hacer ayuno de noticieros, debido a que se asumía como alguien afín al cuidado del cuerpo, la naturaleza y similares y enterarse de los hechos periodísticos no ayudaba a mantener su buena vibración; le intenté hacer ver que en Puebla las trasnacionales están dejando sin agua a muchas poblaciones y que se podría sumar a su lucha si se enterase, por citar sólo un caso. Reaccionó con un dejo de sorpresa, pero sin ánimo de tomar partido por la causa mencionada y mucho menos por recapacitar en su postura.
En lo personal, reconozco que tengo una posición con ciertos matices respecto al consumo de noticias. La realidad es que a diario solamente ojeo por algunos minutos o segundos los titulares de unos cuantos periódicos digitales; los días que tengo un poco de más tiempo, leo con más detenimiento a algún columnista o las secciones de economía, cultura y sociedad de los periódicos New York Times y El Universal, medios a los que estoy suscrito en sus versiones digitales.
Estoy suscrito, también, a la revista Nexos, dirigida por Héctor Aguilar Camín, y de vez en cuando compro Letras Libres, de Enrique Krauze. Menciono a estos medios no con un afán de promoverlos, sino simplemente por compartirle al lector cuáles son mis comportamientos actuales de consumo periodístico.
En otros tiempos era un comprador de más medios y contenidos impresos. No me perdía El País Semanal, Proceso, Reforma, La Jornada, Rolling Stone, Gato Pardo, Emequis, Play Boy, Entreprenur y compraba alguna que otra más, como Este País. Algunos de estos medios hoy en día no tienen versiones impresas y otros más perdieron completamente mi respeto.
Recuerdo sentarme por horas a disfrutar crónicas exquisitas, grandes reportajes, aprender de escritores, intelectuales y de secciones perfectamente confeccionadas, tanto en su contenido escrito como visual. Hoy muchos de los periódicos y revistas que antes compraba me resultan mediocres, grises, con textos malogrados, con columnistas elegidos por ser influencers y no por su buena pluma o valor intelectual, repletos de chismes emanados de peleas de Twitter o anécdotas digitales insulsas.
Eso sí, y ahí coincido con los abstemios de noticias, no consumo noticieros. Ni radiofónicos ni televisivos o virtuales. De ningún tipo. Ver una noticia digamos de la guerra en Rusia, de economía o de cualquier tema importante en unos cuantos segundos me resulta confuso y estresante; lo primero, porque los noticieros rara vez profundizan en un hecho, sólo te sueltan un montón de datos y declaraciones sin un contexto previo, amén de que los presentadores de noticias generalmente destacan por su presencia, estridencia, carisma o buena voz, más no por una cultura general amplia, que te permita aprender y dimensionar lo que están exponiendo.
Coincido en que estar consultando este tipo de contenidos sólo daña más la de por sí frágil tranquilidad de la sociedad del cansancio, como la definió el filósofo Byung-Chul Han. Vivir estresado, con escaso tiempo de esparcimiento, demandado por interminables notificaciones de trabajo, y además castigarme con un noticiero estridente y amarillista, no gracias.
Las pocas revistas y medios que aún respetan el periodismo, así como documentales y libros bien investigados han suplido, en mi caso, el gusto por comprar contenido periodístico. Algunos buenos periodistas han incursionado en plataformas de streaming o publicados textos bien cuidados y que me permiten a mi ritmo y momento, enterarme – o al menos tratar de hacerlo- de los fenómenos sociales que ocurren alrededor.
Algunos medios han tratado de reinventarse, pero la mayoría con un resultado risible y ridículo. Cada vez más incorporan a sus contenidos noticieros de corte picante, que intentan ser simpáticos mientras emiten noticias serias, pero de igual manera se quedan en la superficie y resultan ser liderados por unos pésimos aprendices de humoristas.
El periodismo enfrenta retos que lo mantienen en convalecencia: la negativa de la mayoría por pagar por informarse, el déficit de atención, el exceso de contenidos, millones de canales e influencers, y, por si fuera poco, que cuatro de cada diez personas decidieron no ver más noticias.
¿Será mejor una sociedad que no se entere de lo que pasa a su alrededor? Me temo que no. ¿Los influencers simplones son capaces de suplir al periodismo bien logrado? Mucho menos.