Queridos panistas, herederos del molino azul:
Ya ven, se los dije. El molino sigue en pie, pero no muele. Y ustedes, tercos, se empeñan en pintarlo de azul para que parezca que todavía guarda trigo, cuando lo único que conserva son telarañas, acuerdos de pasillo y un eco hueco. Se pelean por sus ruinas como si fueran tesoro, pero lo único que heredan son paredes resquebrajadas y la triste hazaña de seguir celebrando lo que no existe.
El domingo lo confirmaron. Manolo alzó los brazos como si hubiera conquistado el mundo, mientras dos tercios de la militancia se quedaron en casa bostezando. Y claro, hubo quienes corrieron a decir que “¡sí se pudo!”, cuando en realidad lo que se pudo fue apenas lo de siempre: arreglar entre cúpulas lo que nunca se gana en la base.
Miren a Eduardo Rivera, que hasta se apareció en la asamblea, pero no para encabezar nada ni para jugársela con convicción. Fue por un solo propósito, y todos lo saben: amarrar consejerías. Guadalupe Arrubarena como propuesta al Consejo Nacional y siete yunques como fichas al Consejo Local. Eso era lo único que importaba. Lo demás fue simulación. Y todavía falta ver si pasan la aduana de la Asamblea Estatal, porque ni siquiera eso está garantizado. A Lupita le tocó ser instrumento, vehículo prestado, una ficha más para cumplir ese cometido. Aunque se le advirtió, prefirió creer que el reflector valía más que el territorio, que la foto tenía más valor que el voto.
Y Lupita debería recordar algo: hace apenas tres años, Oswaldo, Ana Tere y Eduardo estaban del otro lado, con Zaldívar, defendiendo al mismo grupo que hoy dicen cuestionar. Hoy le prestaron votos, sí, y eso le permitió inflar su cuenta de 109 a 652. Pero nunca lograron convencer a la militancia; no hubo conquista de colonias ni organización viva. Fue solo el incremento de acuerdos de mesa, el reacomodo de siempre con los mismos de siempre. Y al final, como suele suceder, solo la usaron para que ellos obtuvieran sus dividendos en el consejo. Nunca dieron la cara abiertamente por ella, nunca arriesgaron su nombre en campaña. Vaya disparidad de discurso: hablar de renovación con las mismas fichas gastadas.
Mientras tanto, Manolo caminaba como quien ya se sabe dueño del molino. No necesitó discursos nuevos: repitió aquello de “los mismos que ponemos dinero de nuestras bolsas” y lo convirtió en bandera de continuidad. Y aunque le faltó grandeza, le sobró la ventaja de que su gente sí habló con militantes, sí cuidó pasillos, sí ofreció certezas. Nada heroico, nada inspirador, pero suficiente para ganarle a una adversaria que prefirió la entrevista al recorrido, la cámara al saludo, el reflector al volante de base.
Pero no se confundan: lo que pasó no es un triunfo verdadero, es apenas otra vuelta en la montaña rusa en la que viajan desde 2018. Perdieron el gobierno, les arrebataron el interinato, vivieron un destello en 2021, se desplomaron en 2024. Y hoy festejan como si la curva ascendente de Manolo fuera la cima, sin darse cuenta de que es la misma vuelta mecánica de siempre: euforia momentánea seguida de mareo, vómito y risa nerviosa. Esa risa histérica que ustedes confunden con vitalidad, cuando en realidad es la carcajada de un partido que se ríe para no llorar.
El panismo poblano se volvió retrato de la era del vacío: un partido que ya no articula relatos colectivos, sino gestos estéticos. Se han reducido a hashtags, playeras, porras y gritos que duran lo que dura la espuma. Lo saben, pero siguen participando “como si” no lo supieran, en esa razón cínica que normaliza que todo se arregla en cuotas, en consejerías y en pequeños reacomodos de grupo. Se dicen oposición, pero lo que practican es administración de ruinas.
Y en medio de todo, ahí quedan las lecciones que nadie quiere escuchar. A Lupita, que entienda que no basta prestarse como instrumento de otros, que si su capital depende de acuerdos ajenos siempre acabará sirviendo para que otros entren al consejo y no para abrir caminos propios. A Manolo, que madure, que entienda que dirigir no es custodiar planillas ni repetir letanías, sino construir confianza, sumar más allá de su círculo y evitar que la militancia siga huyendo. Y a todos los grupos, que comprendan de una vez por todas que el enemigo no está en la otra planilla, sino en el desánimo, la apatía y la irrelevancia que ustedes mismos han sembrado.
Panistas, el molino es ya una fábula: lo pintan, lo fotografían, lo usan de fondo para discursos, pero nadie entra a repararlo. Los unos lo convirtieron en club de grilla, los otros en escenario de entrevistas. Mientras tanto, la comunidad que alguna vez se alimentó de su pan ya no se acerca: sabe que allí no se hornea nada.
Y con el cariño de siempre a mis amigos que todavía se caen dentro del PAN, les digo: estos son los déficits que les quedan por cubrir. No es odio, es advertencia. No es burla, es espejo. Desde aquí, desde la tierra donde se camina, donde se forja el futuro arando la parcela y no repartiendo cuotas en la mesa, les escribo esta carta. Porque mientras ustedes sigan jugando a las comparsas de siempre, nosotros seguiremos sembrando vida, mientras ustedes siguen heredando ruinas.
—Raspu