Años atrás podría considerarse un intelectual respetable; era crítico de cada pifia y abuso del gobierno en turno, se sumaba a las causas de la sociedad civil, allí lo veías en aquella marcha, por acá sumaba su firma a tal desplegado; parecía tener un genuino empeño por desterrar del país esas prácticas que tanto daño le han causado: corrupción, injusticia, maridaje crimen-gobierno, y otros parecidos.
Hoy aprovecha cada tribuna para defender al gobierno de cualquier crítica que se le impute. La administración federal no comete errores, si acaso alguno pequeño de sus funcionarios menores, todo señalamiento contrario proviene del infundio y la desmesura de los malintencionados conservadores reaccionarios.
El otro intelectual — o grupo de intelectuales, para ser más precisos— antes era ubicado como aliado de los gobiernos en turno, y con justa razón. Eran partícipes y beneficiarios de millonarios convenios y patrocinios. Sus revistas y productoras salían en defensa de sus benefactores y arreciaban contra la oposición.
Hoy, ese grupo de intelectuales otrora gobiernistas, son unos acérrimos y oportunos críticos del gobierno federal en turno. Despliegan toda su lucidez e investigaciones en hallar hasta el mínimo desperfecto.
Al pensar en la intelectualidad al servicio del poder me viene a la mente un verso del cantautor tamaulipeco Jaime López: “Yo no estoy con rojos ni cristianos, pues ambos fueron mis perseguidores”.
El ejercicio intelectual debería estar apegado a la más honesta defensa de la verdad y de las causas más nobles, en apoyo del desprotegido, de la sociedad civil, de la justicia. Pero un grupo o grupos —los más notables— se valen de sus influencias, su vasto diccionario y elocuencia para defender no los principios, si no a su patrocinador.
Defenderán cada tendencia e idea que les sea encargada difundir, aunque esto implique una directa contradicción contra lo que sostenían en el pasado.
Sería injusto no reconocer la existencia y batalla de quienes de verdad hacen uso de su capital intelectual para cuestionar lo evidente, para no adular al traje desnudo del emperador. Pero ellos casi siempre son los parias de la élite cultural, quienes no son dignos de ser tomados en cuenta por quienes controlan las ferias de libro, editoriales y foros.
Lo que más rabia me provoca es verte a ti, bohemio de barba rala y sombrero de copa, justificando lo injustificable, usando al enemigo como vulgar pretexto y señuelo. Tú que tienes la cultura, los medios y la inteligencia para advertir de la mierda que corre arriba y dejan correr hacia abajo. Pero no lo haces, tu ambición y tu pereza te vencen. Cómo decirle que no al jugoso convenio, después de años de sequía. No importa que tu discurso de vendedor de inteligencia desparrame sangre, complejos, justifique delitos y tropelías.
Que los pendejos se compren la historia que les vendes con la venia de tu patrocinador. ¿Y si las ideas que desperdigas desatan más muerte, complejos y odio? ¡Qué importa, tu intelectualidad lo justifica!