La guerra mediática que intentó armar Televisión Azteca en contra de la Cuarta Transformación, llena de inventos, fracasó en Puebla.
Aunque con niveles bajísimos de rating, su conductor estrella, el locutor Carlos Martín Huerta, renunció porque era imposible mantener las mentiras que difundían.
No lo dice, pero es así.
También se fueron reporteros, camarógrafos y hasta Armando Álvarez, pieza clave desde hace años, que terminará sumándose al equipo de SICOM.
Desde la señal local, día a día intentaban engañar a la gente con reportajes inventados y notas falsas.
O pagas o te rompo la madre, aplicaron como la mafia en la que se convirtieron. Un estilo de operar que ya ni siquiera disimulan, porque dejaron de ser medio de comunicación para convertirse en un tiradero de amenazas y chantajes.
Para no golpear al gobernador y su equipo, tres fueron las exigencias del Grupo Salinas:
• Contratos de servicios por 2 mil millones de pesos.
• Convenio de publicidad por 110 millones de pesos
• Meter a Banco Azteca para la concentración de pagos de la administración.
Un intento descarado de extorsión institucional que confirma que su “periodismo” sólo sirve cuando hay cheques de por medio.
Se les olvidó que la televisión que hacen en los canales se han quedado con contenidos de menos valor y aunque aún no mueren, su existencia cada vez es menos relevante.
Y lo peor: siguen creyendo que tienen el poder de antes, cuando hoy ya nadie les compra su narrativa oxidada.
Lo que extraña es que se quede Carolina Gil, hija de Vicente Gil, el rey de los verificentros en tiempos de Mario Marín y auxiliar de la notaría del exgobernador.
La también sobrina de Valentín Meneses ha decidido encabezar el proyecto que reta de forma directa al gobierno del Estado.
Una apuesta temeraria, porque ponerse al frente de un barco que ya se hundió sólo habla de dos cosas: desesperación o ingenuidad.
A ver cuánto dura.