Platicaba con un amigo que en últimas fechas tiene un pendiente que posterga indefinidamente: Borrar las más de 20 mil imágenes y videos que guarda su teléfono celular. Cuando me lo dijo, recordé que me pasa más o menos lo mismo; algún día del mes, cuando me acuerdo o tengo un momento disponible, selecciono cientos de imágenes o videos, llego a eliminar alrededor de mil, pero la cantidad de envíos que recibo hace que los datos guardados crezcan más y más.
No es algo que disfrute, primero porque intento llevar un cierto orden en mi vida y mis actividades, y, segundo, porque borrar imágenes del celular es una actividad tediosa. Pero he pensado que esta batalla no la podré ganar. Primero, porque, por mi trabajo, recibo muchas imágenes día con día. Y segundo, porque los contactos de mi teléfono también me envían interminable material; algún amigo, un audio con el evangelio del día; un tío, un chiste; un familiar, un video musical; en un grupo, una invitación a un concierto; en otro, el pdf de un libro o un reportaje gráfico…
Tener en tu dispositivo móvil infinito material que no revisarás no es una simple molestia, tiene un trasfondo ecológico y hasta de justicia social que regularmente no nos detenemos a analizar.
Los dispositivos móviles están elaborados con la tecnología de obsolescencia programada, es decir, su vida útil es muy breve. Contrario a los aparatos electrónicos de principios y mediados del siglo XX -en California, Estados Unidos, se exhibe una bombilla que lleva encendida desde 1901-, los artefactos actuales tales como teléfonos, impresoras, computadoras, bocinas, audífonos y similares, tienen un periodo de vida de muy pocos años e incluso de sólo unos cuantos meses. Cuesta más caro repararlos que comprar uno nuevo, por lo que la huella ecológica es enorme.
Aparte, los teléfonos celulares tienen como principal fuente de energía el litio, un elemento que no existe en estado puro en la naturaleza, cuya extracción requiere más de un año y millones de litros de agua fresca al día.
La extracción del litio está dejando secuelas imborrables para el medio ambiente, entre ellas degradación del suelo, la escasez de agua, pérdida de biodiversidad, daño al ecosistema y potencialización del calentamiento global.
Tan sólo en 2022, se estima que 5,300 millones de teléfonos celulares acabaron en la basura, y aunque están fabricados con materiales como el oro, la plata, el platino, y otros semiconductores valiosos, casi la totalidad de los aparatos no están diseñados para ser reciclados.
Para contrarrestar este deterioro social y ambiental, algunas iniciativas tecnológicas están apostando por regresar a la producción de bienes de alta duración. Un caso es la compañía neerlandesa Fairphone, que diseña teléfonos con garantía mínima de funcionamiento de 5 años, elaborados con baterías extraíbles y reparables, así como soporte y actualización para años posteriores. Y, como esta, hay muchas otras iniciativas similares de software y aparatos tecnológicos.
Estamos tan acostumbrados a usar la tecnología cotidiana que no nos detenemos a cuestionarnos sus implicaciones, el origen de su conformación o el destino de sus desechos. Dado que son herramientas indispensables para nuestro día a día, es necesario reflexionar sobre cómo nos relacionamos con ellas, antes de que sigamos en la inconsciencia de la cultura del consumismo desechable, con todas las implicaciones que conlleva.